22 de septiembre de 2019

La búsqueda

    El cuchillo habla por él en una soledad de sangre marchita, de carne y sebo, intersección del duende de la pampa; arremete Fierro y anda como buscando el perdón que sabe no merece y desconoce a quién pedir. Poco para su encuentro con Cruz, no le tiembla la mano mientras espera -sin saberlo- que el otro, su otro pero sí mismo, se dé vuelta y se le aparee. Lobo de lobos, será él mismo el otro, gaucho, y una letanía de gotas retintas bajo la inmensidad de un cielo de estrellas que es espejo de la pampa.

Leonardo Nieto

27 agosto 2019

28 de julio de 2019

***

Barroco de aliento andino, de muchani, de sulfuro del inca que se yergue sobre la quebrada pero se postra ante las huacas y echa mano de cuanto tiene cerca y luego se aventura un poco más lejos y entonces otro poco y siempre con el unku y va soñando con el día en que podrá leer los quipus que le están vedados, claro, ingenuo artista y una vez que ya ha echado mano a lo que tiene cerca y más lejos habrá que probar y conseguir nuevos colores, otros, nuevos pigmentos, otros, texturas que se le estén al alcance; malaquitas y azuritas hacen enchastre y andan como seduciéndose en la paleta para que el color irradie, se meta violento en las fosas y recorra lo que se tiene de ancestral, un arte de hacer colores arraigado en el ingenio del artista, alquimista de la experimentación, ¿cómo conseguir si no los costosos pigmentos?, ¿cómo acceder pues a los tratados de pintura que anquilosados atesoran los secretos de la técnica, siempre tan lejos, en el Viejo Mundo, o perdidos por los caminos del tráfico, también lejanos a este artista que corre riesgos de envenenamiento mientras ensaya alguna textura que le venga bien a su propósito? Nuestro artista ante el lienzo. Oropimente y sandáraca. Toxicidad de la Puna, toxicidad cuzqueña. Un Ángel Arcabucero en Casabindo. Fuego en Casabindo. Letanías de la resina y del pigmento, molienda de mercurio, de Mercurio, plomizo el atardecer y plúmbico, los azules y verdes de las deidades, la nobleza incaica, el esplendor del amarillo que es sol y es Inca, se empeña el pintor en desentrañar el lienzo y gime de tierra y de viento y hace como magia con los polvos para hacer que la obra que hay que pintar y que quieren los otros dé cuenta de alguna manera de los ímpetus de la serpiente andina, y en la paleta los polvos, molidos y mezclados, los aprendices indígenas, las resinas, las prácticas de curación de cuerpo y alma. El simulacro cristiano para intentar desplazar a los diablos quechas, paganos, incoherentes, insensatos pero en la cotidianidad de la raigambre americana el culto persiste, pervive, es. Acepto todas tus normas, todas tus reglas, todas tus leyes pero al anochecer, encerrado en el aire doméstico, adoro a quien adoro, y soy. Quizás manchado todo por las piedras azules.
Nieto
27 julio 2019

Capítulo 1

Voy. Porque ando teniendo un doble. Y lo busco. Ahora mismo lo estoy buscando. Desde hace tanto, cuánto tiempo, mi doble, doppelgänger incierto pero sincero, acuoso, como de gotas de aceite o de vino. Me esmero por una copa con mi doble y atravesar una puerta con mi doble, atravesar el umbral, el pasaje, el pasadizo, negro y siempre el pasadizo, la nocturnidad y la torre, espéreme la princesa que agoniza de sonatina y Rubén que me habla, todopoderoso, al oído y yo indigno, yo imberbe, yo intenso, intenso como racimo de uva, la soledad y el doble mi doble la desesperanza de la tierra mojada y un olor de lluvia en la puna y olor de los antiguos, viera usté si me animara a encontrarme a mí mismo, unanimidad poco solemne pero harto bastarda, ubicuidad del deseo por la mujer que me empuja y se desentiende cada vez y cada antes y después y una deformidad del tiempo si fuera el tiempo y un arrancarle un diente al espacio si fuera espacio, si fuera diente, si fuera concupiscente mi desvelo cuando me siento y me increpo y me interrogo y me subasto y me deliro y es un delirio de raíces bien arraigadas y un sudor latinoamericano sin museos y sin trampas con dos o tres suspensiones de aceto balsámico en el interrogante vago y vasto sobre el arte, sobre qué hace el arte tan metido en mí, el arte yo tan metido en él, la verdad a medias o a un tercio pero un bastidor que es página en blanco y la superficialidad de un tesoro hecho de vísceras y de órganos que vienen de a pares, miro mi existencia en los ojos de mi doble y lo interrogo violento pero sin dejar de ser un poco como de obsidiana y descuelgo los pinceles de los ganchos del cielorraso y canto, en medio del desierto o de la pampa, una copla que habla de la palabra o de la imagen y yo hago como que vivo, como que mío porque estoy tan incapacitado pero disfruto, en el dolor, despierto, y me muero vivo, me mucho vivo pero tan tan, vehemente como un bicho hacia la luz, si usté me entiende. Así, toda vez.
Nieto
27 abril 2019

5 de mayo de 2019

***

Ríspida recua rotunda y remilgada
fulgurar de guiños roídas romerías
una ra taesuna ra taesuna ra taesuna ra
mundo de palabras de poesía lodazal
vino patero palado y pampa
paralelo verso que rima romanzas
romancero aguacero aguacate hechicero
monta soneto y soneto y dice al cielo su pena
y dice al río su vergüenza
con palabras esdrújulas y pájaros
y lázaros y brújulas
y cómicas comarcas peristálticas
dadá dadeando dados sin pintas
cenotafio del azur ya lejano
me emborracho y me enamoro
y sostengo en mi mano tu mano.

Nieto
en Adic(c)ión de los sintagmas (2018)

30 de abril de 2019

El verso prófugo

Vamos vení te invito a la poesía.
Que la conozco en buena parte.
Membresía
en los sonetos y en Darío
pleitesía.
En la palabra sucia.
En la palabra limpia.
El alma y el vientre la proclaman sagrada.
La diosa del decir llora sus ansias
y los poetas se postran o yerguen
pero aman.
Porque aman.
La sagrada les contamina la sangre.
Y cantan.
Y tañen la lira
blanden la espada.
Escupen fuego.
Escupen sueño, vicio, ideograma.
Cáncer insolente de barba blanca.
Volver siempre volver sobre la amada
descalza, pura y casta.
Podredumbre de estas latitudes,
promesa siempre de paraíso.
Edén irreverente, peligroso.
La suciedad de un suelo infecto, pecaminoso.
Y la poesía…
que casi nos salva,
que casi nos salva.
Mi padre que ha muerto mil veces
y yo otras tantas.
Mi padre que me mostrara la palabra.
El verso inmaculado.
El verso replicado,
sublimado,
expectorado,
irredento,
irreducto,
proscrito,
prosaico,
prostático.
Verso prófugo
de forma y estilo
sangraba mi pluma y sangra
sobre la página blanca
a diario y a veces
a poco y a tanto.
Mi pluma que sabe qué quiere y qué busca
quiere y busca manchar su página blanca.
Se ve robusta y canta
pero sin voz.
Pero sin voz canta.
Y aunque se esfuerzan
mi pluma sin voz
y mi voz que se espanta
no sé decir nada.
Inefable por ignorancia
busco y rebusco en el rellano
de la literatura vasta,
indómita, anonadada,
anómala, abotonada.
Y sin embargo mi pluma,
mi voz y mi alma
no saben decir nada.
Moro no porto, na praia,
morro no morro;
então vou embora
e não posso falar nada.

Nieto
en Adic(c)ión de los sintagmas (2018)

Porque te quiero

Te quiero porque te quiero,
lejos del mundo que nos legaron,
cerca de mi universo inventado con gíglico y palabrejas,
palabras que no dicen nada
pero que son mi propio cuerpo,
sujetos sin predicado,
predicados que no predican,
peripateamos el sueño de vernos juntos
con espejos que nos devuelven bellos y jóvenes,
que nos regalan castigos y penas y mecanismos de defensa
y un amor y una rosa y bajo la lluvia,
no te olvides del empedrado,
no me olvido de tu balcón,
no me olvides que te cuento sustantivos,
te recito alejandrinos
y escribo un soneto con sangre en una hoja de tilo recién arrancada
y te robo un beso, tantos,
toda mi vida y el resto y el jinete que atropella,
atropilla montado en pelo
y a campotraviesa apura el galope
sobre un colchón de frutas y pastizales muertos.
¿Que si me acuerdo de ciertas frases?
¿De ciertos episodios?
¿De las pérdidas?
¿De las circunstancias?
¿De la oquedad de mi bolsillo?
¿De los sietes en mis sacos?
¿De la otredad y la laguna?
Soy un no ser, antiser, antimista,
todo tuyo, por entero adorador de tus manos
que escriben indistintamente y unen forzosamente sintagmas,
y mi adicción y mi locura
y no me escapo nunca porque voy queriéndote
y aprendo de vos y de tu boca,
de tus labios,
de tus axilas,
amoxicilina para las amoxicilas,
amoxilina para las amoxilas,
amortiguamos la caída con las ganas de apretarnos,
apretujarnos,
apedrearnos,
apalearnos,
olernos,
contaminarnos,
recuperar el secreto de los antiguos,
rememorar el beso que te di cuando nada existía
y éramos apenas un par de nubes en un no cielo
y empezábamos a amarnos,
tímidamente,
sin relojes,
sin paraguas
y con un par de libros en sendas nubosas manos
de pequeñísimas nimias gotas de algo como agua.

Nieto
en Adic(c)ión de los sintagmas (2018)

27 de abril de 2019

De escritores

Como una aparición que sólo yo veo,
como la tentación del balcón,
como la penumbra y un beso en el loquero,
como vos y yo de la mano por París
y los bouquinistes que custodian el Sena.
Y el tiempo que nos vemos es una cargada.
Y así voy amándote mientras piso nubes de nube
y vuelo sueños de sueño
y como tus besos de beso rojo y dulce
y colores que brillan y enojan y lloran lluvia
y el pasto verde que crece.
Te doy un beso que te emborrache de azúcar y cacao.
Mientras, cada quien lee su Gacilaso.

Nieto
en Adic(c)ión de los sintagmas (2018)

Fuera de tiempo 06

Una mariposa.
Y yo me hice pequeñito y voy montado en ella.
Para espiarte.
Para olerte.
Para posarme en tu piel resbaladiza de sudor,
concomitante con ese aroma que escapa frágil pero como volcánico
de tu cuerpo hecho de palabras.
Y la poesía que me va dictando cómo te gusta ser besada.

Nieto
en Adic(c)ión de los sintagmas (2018)

Fuera de tiempo 03

Imposible no dejarme amar por vos así tan vos
tan en mí tan amor tan tu voz en mi voz
aunque siempre vos y yo pero vos siempre más
un poquito más que yo tan en mí pero vos y yo
y esa voz tan de nos suelta el beso y cae en mí.

Nieto
en Adic(c)ión de los sintagmas (2018)

27 de julio de 2018

                ¿De dónde llovió el acero? ¿Qué es esta densidad manifiesta instalada en el aire díscolo? Laceración del infinito en porciones, degeneración del oxígeno benevolente, envolvente de alubias y de alondras, petrificadas, putrefactas púnicas infames, la elocuencia de un orador Demóstenes con guijarros en la boca que le grita al mar total, impávido, una textualidad del cuerpo roto, una designación estatuida en bocados que gangrenan anhelos libertarios, una pasión de besarte los pechos como si un niño degenerado, como si un gamo que rompe la llanura que deja atrás y cada vez más atrás, atentos los ojos del centinela que es siempre centinela de los otros, a bajo costo, ennegrecido el socavón de tanto insultar a la tierra y llantos que llora la diosa inaccesible. Una lluvia de soledades y un sitio escondido y sórdido donde permitir que la poesía, en el silencio de una noche entumecida, escupa impúdica algunas esquirlas de lo diferente para alcanzar, no más que por un rato, no más que por un rato, el color de una cereza.

Nieto
27 junio 2018
          Largamente. Así va lloviendo en Buenos Aires. Caen unas gotas como lágrimas y el adoquín de las calles que no quisiste caminar conmigo las sorbe con una energía de pretérito. Las caléndulas flotan en el aire viciado de tabaco y salamanca extraña, excéntrica; los teléfonos suenan, al parecer suenan todos a la vez menos el mío, yo las manos en los bolsillos del saco que ya va dejando permear el agua triste y de pronto un sabor a vos me viene lejano, como una duermevela o la nostalgia de París que no nos supo. Y echo a andar y chau paraguas pero el sombrero y es inevitable que te busque, es ineludible que quiera volver a quererte como te quise y una oración con demasiadas esdrújulas que me hace daño, el pánico de haber olvidado cómo fue que lo estropeaste todo y sin embargo camino y hago como que sonrío y dejo que las gotas se enamoren en mi cara sin asombro pero teñida de una pasión que fue desesperada y poco a poco pero abruptamente se convirtió en la desolación, yo no me olvido de quererte y no me deshago del puñado de palabras que te hicieron tan grande, tan alta, tan digna, láudano recurrente de mi elocuencia fútil pero me bastaba, me bastaba, una sonrisa de tu boca me bastaba, una mirada de tus ojos perros me enamoraba y siempre una lluvia desde entonces, una aldaba en tu pecho y mis manos que te festejaban y te recorrían completa y vasta y vos que enloquecías de vértigo y risa, un llanto encadenado que ocultabas porque no podías creerlo, porque no asimilabas, porque jamás comprendiste que era una lluvia nuestra, un teatrito para nosotros solamente, un mundo y una vida juntos, un chocolate con menta, una almendra y un sustantivo, una caricia bajo la lluvia en Buenos Aires, la ciudad que nos llora delicada y terca, una ambición desmesurada y unos brazos que supieron saberte enamorada y una botas que supieron llevarte hacia lo desconocido que prometía ser una copa de vino y un plato con queso y miel para pasar la noche en vela, una frazada para el frío y las ganas de saciar el ardor que era un fuego y todo cupo en la punta de la pluma que llevo en el bolsillo interior del saco que ya ha dejado permear el agua triste y chau paraguas pero el sombrero y es inevitable.

Nieto
24 junio 2018
          Entonces un poco como un juego y otro poco el abismo natural al que nos conduce la regla burguesa, asquerosa de un asco insensato y espurio, de un orden grandilocuente y ácido. Me propongo que el juego le gane a la regla, al estatuto solemne e introduzco con sonrisa pícara la palabra rinoceronte en el ámbito menos preciso y más acartonado y me río de las medias de aquella señora en extremo ofídica y recito versos de adverbios encadenados y que parecen no tener sentido pero en verdad sí, al final sí, la poesía chúcara y un principio de rebelión y un cielo que se vuelve océano para echarme una mano y continuar la ronda, un corro de anémonas ante la mirada soez de un grupo de deidades a contrapelo de la marcha, nada que hacer en contra de la marcha, la turba que va y que pide, que va y que grita y las deidades que se ensucian los pantalones y el pueblo ya libérrimo de ataduras de papel secante anda dibujando a toda mano un éxtasis pluscuamperfecto mientras yo busco desesperado un caleidoscopio para poder releer una novela que me gusta tanto, a ver, dónde me siento, una silla a falta de chinchorro, silencio señora gorda y burguesa, anguila dirimente de lo innecesario, que esto es sala de lectura y aquí no se permite ese ruido horrible que le está saliendo de la glotis, espero, cada quien con su amapola y su novela y a escribir una palabra obscena en cualquier sitio antes de abrir el libro y nada de persignarse que la literatura es otra cosa, más compleja y más sencilla, como la palabra rinoceronte señora.

Nieto
24 junio 2018
No tengo alternativa. Es el agujero. Es el vacío. Es la incógnita detrás de lo unánime. Lo desconocido. Abanicarse contra el calor cualquier tarde de enero con los cigarrillos contados y un sinsabor de colores oscuros y la certeza siempre de un mañana sin vos. Tan lejana te me quedaste, a mitad de camino, ni me dejaste arrancar, no permitiste que te llevara de la mano, tus botas sin suela y mis ganas que hicieron agua y me acomodo a la idea fatal de que no me has querido y como llevo prendida la melancolía de un hombre de puerto y de la palabra me vuelvo trágico, inevitable, ineludible vaivén y viceversa del columpio de un sino sucio, con olor a muerte y todo, y una dejadez que no me permite evadirme pero a la vez una entereza de haberte dicho que te quedé grande, demasiado grande y vos que vomitaste sobre mi poesía y sobre las cosas que nos erizaron la piel alguna vez. Tu boca una boca mentirosa, tus ojos ladinos y tu alma que fue sombra de un alma se propuso un vals que no quiso bailar jamás conmigo, conmigo, el de la palabra y las gotas de lluvia sobre la cara, un mirar al cielo pequeño, apocado, diminuto de longitudes y de sentido porque mi palabra supo regalarte un cielo otro que despreciaste. Tu desprecio creó el agujero y allá voy como rodando sin fuerzas y sin ganas pero con la conciencia de lo sublime en cada sintagma y mi sola piel erizada por unos versos de Darío que a vos te resbalaron, te fueron una nieve de silencio y molestia, una nadería de la sinrazón, tu discurso insostenible y el contraste con mi deseo, el fuego y la palabra, el volcán imparable, insobornable, la lujuria en el cenit que te mareaba, que te mareaba mientras mi boca un beso tan beso malgastaba.
De suerte, van los peces.

Nieto
24 junio 2018

27 de diciembre de 2017

La primera impresión será una máquina que socava. Despliega con destreza más que humana el empeño y el terror de un andar cavando entre la roca y la tierra, las alimañas que huyen, voracidad de elocuentes métodos, la tortura y el afán del desgarramiento, un cielo que se cae de insostenible, que no nos quiere, que nos ha perdido el respeto, las flores sin perfume y el trashumar hediondo de mutilaciones sin sentido pero con saña, pero con saña. Poco más que la esperanza de la luz siempre ajena, desconocida, predilecta de una fe que me cuesta abrazar, un salto al vacío pero es un vacío de desaparición y electrodos, y mi padre que ya no se hace presente para estrechar mi mano, dondequiera que estés viejo será mejor que aquí, ¿será mejor?, ¿por qué no te volvés?, nos ha quedado tanto, un camino de hiedra y el pedregal de los antiguos, y tengo que echar a andar, pasos y pasos y la vista en el horizonte, ya casi no quedan caminantes. Pero tengo una compañera, camina conmigo y me pregunta los nombres de las cosas a la vera, los nombres de las ruinas, de la podredumbre, del acto masivo de vivir sin sueños y yo le hago trampa ¿sabés?, le hago trampa y le invento una fábula, le muestro un mundo nuevo, le doy una esperanza real hecha de palabras reales, de mariposas de colores que no te imaginás, una ilusión como una crema dulce y fruta y olores que pueden procrear un árbol nuevo con sus nueces y sus nidos, con sus hojas superpuestas y sus ramas que escapan al cielo, el cielo que se nos cae pero lo voy aguantando y sólo le permito que allí donde se cuece la lluvia la cúpula sonría y nos mande un aguacero, gotas ineptas y neptunas, un agua para mojar lo nefando y burlar a la muerte mientras mi boca besa, mientras mi beso boca, y una mordida como caricia y siempre verano y viento cálido bajo el aguacero gris y huellas de una humanidad que se resiste a quererse con la poesía. Pero el hechizo acontece, el verso se encadena con otro verso y con otro y una como miel me baña cual un bautismo, enredadera de azúcar rebelada, puente para cruzar un mar de soledades y mi brazo que la abraza y mi boca va pitando y el humo dibuja siluetas pero palabras, pero palabras.


Nieto

19 de diciembre de 2017

Pasaje

Atravieso. Avieso y móvil. Suculento. Súlfuro y éforo en un blanco y negro que va hacia delante. Solamente. Las paredes me invitan porque se ciernen y el camino estrecho es un pasaje de amapolas tristes, como a veces vos y yo. Presiento un final acelerado pero hace falta. Y busco la luna como guía de un norte que es falso y enredaderas de cal vieja y vencida. Mis pasos se ven firmes, como que voy a donde sé pero un algo que es mejor no saber me viene siguiendo y claro yo me apresuro y busco en las paredes un signo que no existe, ásperas las paredes y un piso de fantasmas irregulares como un ir hacia la muerte y yo que tanto miedo. Porque antes era una cosa pero hoy día, habrás visto, se dejan muchas cosas y se sabe que no han de volver a verse los rostros de los rostros que me gusta andar mirando, los ojos de los ojos que me gustan porque me ven desnudo, casi estoico, la boca de una boca que siempre enciende y es un fuego que acaso todos los fuegos y yo no más que un solitario que avanza y el pasaje que me llevará hacia otro que es casi como yo pero sin la añoranza de los rostros, de los ojos, de la boca que enciende, pasaje que busca un salto hacia un destiempo en un improbable sitio en el que ya me lamento no habrá de llover y yo que con la lluvia tan bien y avanzo y el pasaje estrecho y una voz que es Roxana Amed anda cantándome al oído Lonely people crying in their sleep, stars are raining tears pero yo sin lágrimas, sin lluvia y sin sonetos memorizados me dejo llevar y una sombra que me persigue, la sensación continua, para que no me desvíe, como si se pudiera, si este pasaje sólo para delante y los cordones de un zapato pero no me detengo y siento que me apuro porque del otro lado otro que es casi como yo, que anda pitando, me espera.
Nieto

07-10-17
Lo dije así,
como en una liberación,
como me había enseñado mi padre.
Mi padre, que no aparece en la escena dantesca,
porque habrá elegido la pampa,
el suelo americano.
Sus sueños a medio cumplir,
sus frustraciones de pibe de barrio,
sus ganas de tanto y de otro mundo,
de otra vida…
Todo cuanto cupo en su mirada
se ha convertido en mi mirada
y tengo el pecho abrasado.
Jugaba a ser poeta, el viejo, pero era tantas cosas…
Lo dije así,
con desesperación,
y volví a casa.
Y el mate se pone más rico si es con mi compañera.
La beso.
Paso el mate.
Los libros en la mesa.
Pero los libros también en el piso.
Libros en las sillas,
en la cocina.
Ella me reta pero sabe,
y está resignada.
La beso.
Y el mate.
Libros por todas partes.
Los libros de mi padre.
Y hoy lo dije así,
como me había enseñado mi padre.
Ahora son mis libros.
Es mi mate.
Es mi compañera.
Tocan la puerta.
Tengo que abrirme paso entre los libros.
Los que leyera mi padre.


Nieto

Alacrán

                Pensó en matarla, es cierto. Pero eso no lo convertía en asesino. Así como alguna vez quiso atarla a la cama con sedas blancas, ella desnuda, vendados sus ojos, para torturarla con la lengua hasta hacerla alcanzar el éxtasis. Jamás se lo propuso: Leticia jamás lo aceptaría, demasiado escuela de monjas y domingos en familia, demasiadas faldas demasiado largas, demasiado poco rojo en las uñas y los labios, unos labios mezquinos, atolondrados al besar, inexpertos, inexactos, inocuos si no se los presionaba. Ramiro manejaba y cavilaba. Quería matarla, no había dudas, una querencia de muerte liberadora, justiciera. Paró la camioneta para comprar cigarrillos, bajó y respiró el aire húmedo de un invierno pegajoso. El aire está mojado, pensó. Pagó los cigarrillos con el cambio justo y antes de subir a la camioneta encendió uno; asoció la humedad del ambiente con aquella vez en que pasó su lengua por las axilas de Leticia; ella tenía los ojos cerrados y ronroneaba, los abrió de súbito y apartó con brusquedad al hombre que le hacía cosas que jamás le habían hecho. Manejaba. Se sintió repentinamente un personaje de cuento, el protagonista, un agonista del desastre; entendió que las luces de los coches que lo cruzaban, que cruzaban la ciudad con cualquier excusa estúpida, con cualquier idea olvidable, sin sentido, lo alumbraban a él, lo ponían a él en escena, bajo el foco, el haz de luz de la Providencia, el hombre ante el público, un personaje del drama total pero la tos lo hizo caer en cuenta de que odiaba el teatro, máquina de máquinas, mentira de mentiras, artefacto del deseo incumplido e incumplible, algo tirado de los pelos, unido por alguna puerta deshilachada a la industria cultural, pero si hoy hay industria cultural de todo, hoy todo parece salido de la misma batea hipócrita, parado en el escenario odia los rostros que ve y sin adivinar los odia, primero a éste después a aquél, pónganse en la fila del odio que Ramiro personaje los va a odiar uno por uno, si hay para todos y en el final, ah en el final estará Leticia, claro, la privilegiada, la que lo resume todo, la que capitalizará todo el odio que el agonista ha ido acumulando con cada sinsabor, con cada mala jugada, con cada traición, le hará pagar a la mujer que ama cada dolor aguijonado, cada escupida a la cara, cada alacrán nocturno, pound of flesh, la ley del talión y no sabe por qué quiere creerse personaje principal de un cuento, quizás de un cuento de Abelardo, leyó tanto a Abelardo, se acercó tanto a él, se hicieron tan amigos, tan un comprenderse, un ampararse, un apoyarse, tan stand by me, tan apocalipsis de la palabra que Abelardo no le supo sin embargo explicar y ahora Ramiro con aires de acaparar la atención, la completa atención del lector, becoming mr. Holmes, vivir en la fantasía de una calle bien de barrio border pero Baker Street, al fin y al cabo Ramiro pretende narrarse a sí mismo y manejar sus episodios, ir creándolos a conciencia y de ninguna manera permitir que un narrador de tercera persona le diga qué hacer o qué carajo habrá de sucederle en el próximo renglón como si fuera una marioneta -esta palabra siempre le gustó a Ramiro pero a mí, que soy el narrador de esta historia, me gusta mucho más, que conste-, como si no poseyera poder de decisión, iniciativa propia, un orgullo quizá heredado, mayormente mal llevado, sin bases reales, Ramiro no es capaz ni de ser consciente de su propia existencia sin que yo se lo advierta, él es porque yo lo hago ser, él está porque yo lo hago estar, él hace porque yo lo hago hacer, soy su dios y lo elevo o lo hundo a mi antojo, según mi capricho y ahora, precisamente ahora no me interesa que este agonista de manos atadas a la espalda se llegue hasta lo de Leticia, mujer que me tiene sin cuidado, a la que apenas conozco, quizás sólo el nombre, no me he detenido a establecer su edad, su color de cabello y ojos, no sé cómo se viste, qué le gusta hacer ni siquiera sé si está enamorada de Ramiro o si lo estuvo, no conozco su apellido, no sé si tiene segundo nombre, no sé si cierra los ojos al besar, no sé si vive por un propósito, si su existencia vale la pena, si se baña todos los días, si es alérgica, si canta, si baila, si escribe, si va al cine, al teatro, al museo, si cocina, ya la estoy detestando, a fin de cuentas no es alguien que me importe, mis energías están puestas en Ramiro, mi enemigo, mi antagonista, mi creación más enérgica pero más detestable, debería enviarle un diluvio, acaso terminarle el combustible de la camioneta, un volantazo y el camión de frente, los frenos que no reaccionan, un hacerse pelota contra esa trompa de un camión que yo pongo aquí porque tengo ese poder de jugar al dios y la taba caerá siempre a mi favor pero de pronto una sensibilidad, un sudar hiperestésico, una debilidad y entonces soy el magnánimo dador de la vida, justo administrador de lo bueno y lo malo en las cantidades correctas, las necesarias, las esperadas, soy el Restaurador de las Leyes, el dios del matadero.
                Ramiro va llegando a casa de Leticia. Desde aquí veo las casas de la cuadra pero no sé cuál puerta golpear, debo advertirle, me desespero por salvarla, acariciar su cabello largo con tintes de oro, jamás he estado en este barrio, casas bajas, una sola de altos, ésa debe ser, la distinta, la que no cuadra, la diferente, como Leticia, mujer incómoda, áspera, ahora lo sé, vengativa pero hermosa, puedo verla, la silueta se aclara y la voy formando, fuma -desde ahora fuma, yo la hago fumar-, le quito la remera y anda sólo con unos pantalones medio sueltos que bien podría usar para dormir; camina hacia la puerta porque alguien golpea, va descalza y con los pechos al aire, segura, no es una hora prudente pero ella sabe bien quién aguarda del otro lado de la puerta; hay apenas la luz de una lámpara vieja, heredada de su abuela remuerta, una persona olvidable, otro alacrán, le grito desesperado una advertencia sin fundamentos pero no me oye, grito más fuerte pero mi voz no le llega, quizás no le llegará nunca y se dirige hacia la puerta con una solvencia y un aplomo que me seducen, no entiendo bien lo que sucede, me encuentro extraño, voy perdiendo poder y ya no logro dominar a Ramiro que se mete violento a la casa y levanta la voz apresurado y mueve los brazos, lo veo violento pero no puedo hacer nada, sigo gritando, estoy afuera, Leticia ha cerrado la puerta así que golpeo la ventana por la que espío la escena, estoy por romper el vidrio y nada, ninguno de los dos me registra, cualquier vecino llamará a la policía de un momento a otro, no sé por qué se demoran tanto en venir, ya debieron de ser avisados, los azules, la ley, pero si yo soy la ley aquí, yo decido, yo narro y tejo las redes que mis personajes irán protagonizando y entonces un abrazo, Ramiro se ha tranquilizado y abraza a Leticia, se le nota un amor en los ojos cerrados y en la delicadeza de las manos que aprietan con suavidad la espalda desnuda de la mujer que ama, él lleva campera, está mojado por la humedad de la calle, el cuadro es algo gracioso, me voy tranquilizando, casi sonrío, tengo ganas de sonreír, me iré por un trago cuando salga de aquí, ya me puedo volver, más tranquilo, celoso quizás, cómo no percibí lo hermosa que era Leticia, lo hermosa que está ahora mismo, semidesnuda, altiva, en un abrazo sin pasión, casi madre de Ramiro y yo que empiezo a dar media vuelta, tengo que terminar el cuento, finalizar la tarea, uno y otra dormirán juntos, abrazados, harán un amor conciliatorio, habrá besos, caricias, palabras de amor, ningún reproche, todo cariño y dulzura pero me vuelvo, el pie que he levantado para girar se vuelve automáticamente porque el abrazo se va transformando y veo la mano de Leticia y el abrecartas que ha tomado de la mesita que antes no estaba -recién ahora la percibo- y el brillo de la hoja que fluye y corta el aire con celeridad y es el aguijón de un alacrán que se entierra furibundo en el cuello de Ramiro porque la espalda está protegida por la campera mojada por la humedad de la calle que se va mezclando con la sangre que se escapa violenta y mi grito ahogado que nadie oye aunque Leticia tan hermosa con esos ojos de gato como de gris plomo me esté mirando.

Nieto

13 agosto 2017

El púgil

         El plan era una pelea limpia, ganar con astucia, dar un buen espectáculo, usted sabe, dárselas de atleta pero el ojo en compota y la falta de aire ¿vio? y un cansancio y un dolor en todo el cuerpo y entonces los gritos y las luces y su rostro geométrico, los guantes que le pesaban como hierro, nunca tan mal, tan cansado, tan al borde y las cuerdas como alambre de púas que se le clavaban en sus costados castigados aunque lo peor es sin duda el rostro ilegible, huérfano de todo rastro de antepasados, un monstruo cariacontecido, rearmado a los golpes y la sangre que no para, salpicadura tenaz y él ya se ve venir al referí que para la pelea o bien la toalla que vuela desde su propio rincón, una cosa u otra, es inminente mientras sigue recibiendo golpes de muchas manos y alcanza a rezar un Ave María pero suprimiendo algunas palabras porque no tiene tiempo, porque de un momento a otro el referí o la toalla pararán la pelea si no es que su cuerpo se desploma en la lona y el castigo sigue y ruega por nosotros cuando un rayo le nace en la diestra ahora y en la hora que es un vómito del mismísimo Zeus de nuestra muerte y en un santiamén encuentra sin saberlo la quijada del púgil rival y empieza el conteo…

Nieto

18-10-17

Un éxtasis

El ansia voraz del marinero,
la fiebre romántica del poeta fatal,
un Coleridge extasiado de sintagmas,
un verde esmeralda que es miedo glacial.
El barco es el infierno y es la muerte,
albatros: palabra que escurre total,
cadena de verbos, irreverente,
un cuaderno viejo, fácil de olvidar.
Una esperanza mal comprada y sucia,
una luna huidiza se hace plomo en el mar.

Nieto

08-03-17

Lo tórrido

Hay una flor caída de la ausencia,
perdido se ha el perfume de su sino,
metáfora romántica, querencia
de un tórrido poeta y asesino.

La lluvia tan austera, tan la muerte;
el vate que hace siglos ha llorado
no encuentra sustantivo pues su suerte
echose a andar un lloro enamorado.

Nieto

14-03-17

Sobre llovido

Un caminar estrecho, siempre lúgubre;
me lleva de la mano William Blake;
los adoquines de una Londres cabizbaja
pisados por el aplomo irreverente de mi pie.
¿Qué busco en la noche larga y sólida
si no voy buscándote?
Mi pluma presta y la rosa que te he dado,
una llovizna de palabras, un burdel,
la sensación de la poesía en cada trazo
pero esa flor maldita que se fue.

Nieto

08-03-17

28 de junio de 2017

Soneto

Escribir un soneto el ejercicio
para el poeta un desafío incierto
sintagmas tinta azul es un concierto
terruño y mano fiel para el oficio.

Guerra florida sol y sacrificio
beduino de la lengua en el desierto
empalma las palabras sin acierto
romántico y falaz al precipicio.

Cual lobisón devora las astillas
mandíbula voraz de madrugada
el niño es el poeta en zapatillas

la pluma en la solapa es su estocada.
Descorcha un son terrible en las Antillas
suspende su vivir en la mirada.

Nieto
15 nov. 2016

1 de junio de 2017

Centauro Madeleine

No sé qué hora de la tarde es. Hace mucho calor y entra demasiada luz para la penumbra que pretendo crear. La época de las navidades aquí en el bajo bajo mundo se vuelve un infierno con temperaturas insoportables. Alrededor de las quince horas. Sí, por ahí debe andar. De la temperatura mejor no arriesgo valores, a ver si acierto y, consciente de mi propia desesperación, las gotas que me van chorreando precisas y rigurosas cobran algún tipo de confianza y entonces aceleran su búsqueda aristotélica del centro del universo, lo que la ciencia ha dado en llamar la gravedad. Me dispongo a continuar la lectura que viene siendo interrumpida desde hace días, un libro de entrevistas, un género que me ha gustado siempre; alguna vez tuve la impresión de que se trataba de un género menor pero con el tiempo y la experiencia -qué palabra, quizás no deba utilizarla, ¿cuál experiencia?, experimentar qué, si sigo aquí, sufriendo este calor que no puedo soportar, la experiencia es un título que no alcanzaré nunca, tendré jamás la oportunidad de revolear el birrete al recibir un diploma de experimentado, experimentado en qué, ¿en arte?, ¿en literatura?, ¿en entrevistas?, ¿en textos escritos a cuatro manos?, ¿en periodismo?, ¿en biografismos?, ¿en los sentimentalismos, acaso, que tienen que ver con el amor de una mujer en un puerto al que no llegaré nunca?, experiencia, experticia, exageración, sin duda-, con el tiempo y la experiencia, decía, he aprendido -me permito utilizar este verbo en este tiempo que convinimos denominar pretérito perfecto compuesto- que el género entrevista puede resultar más que rico, más que interesante, más que promisorio, las cosas dependen del entrevistador y del entrevistado, de las cuatro manos y de las palabras. Así que intento seguir la lectura. Hay, sin embargo, un rumor, algo apenas perceptible pero que yo percibo muy bien en tanto la casa estaba, hasta hace un momento, en total quietud y silencio, hay un susurro, como lamento, que me viene de por allá y que me martilla la cabeza y entonces ya no puedo lograr ninguna concentración, hay mucha gente que está durmiendo su siesta sólo para olvidar el calor que agobia y la melancolía de la sobremesa del 25 de diciembre; como la melancolía me es parte incondicional, simbiótica, por el hecho de ser argentino, ¿vio?, un spleen netamente rioplatense que no se compara con nada que pueda sentirse si se pertenece a otra región, el tango y todo lo suyo, el dolor y la total y descarada pérdida de vergüenza que nos permite abrirnos al mundo y expectorar el sino propio atravesado de humillaciones y llantos -debí decir lloros-, yo no duermo la siesta en circunstancias como ésta, yo leo, yo, que pretendo leer, oigo las respiraciones como sismos, como vientos huracanados, es la respiración de un centauro a mis espaldas, que me vigila, que me cuestiona, que cuestiona con toda autoridad mi lectura, que está esperando -lo sé de fijo- que acabe el libro y me dé la vuelta para verlo, para mirarlo a los ojos, tendré que alzar la cabeza exageradamente, ni sé cómo es que un centauro de este tamaño puede entrar en esta habitación. Pero me olvido del centauro, es un gigante híbrido que no me hará daño: los centauros no existen. Sin embargo, las condiciones están dadas para que yo, agobiado y exhausto por el rigor de las nueces y de la retahíla de calorías foráneas que dicen presente de prepo en estas fiestas -en estas Fiestas- sienta la respiración del monstruo aquí no más a mis espaldas -aunque sólo tenga una- y si no sintiera en mi cabeza los efectos del whiskey que tan afable se dejó llevar anoche por mis ansias me impresionaría tener que admitir que siento con precisión de cuento de Quiroga los hilos de baba de este híbrido que tengo detrás y que su boca hedionda deja caer sobre mi cuello que ya es un río de baba, con lo cual entiendo que agazapado y acechante el centauro es un perro de Pavlov. No me atrevo a limpiarme con el trapo que está al alcance cómodo de mi mano, aquí sobre la mesa, porque no necesito más distracciones y porque hacerlo, quitarme la baba caliente del cuello con el repasador navideño, implicaría aceptar que hay un centauro furibundo en este comedor y yo no soy de los tipos que aceptan cosas de esta guisa. Escéptico, que le dicen. Por lo pronto es una sombra, hay un jadeo constante y aterrador pero no hay monstruo, mientras yo no voltee no habrá monstruo; ahora sólo hay sombra y terror acezante, una respiración húmeda que me moja el cuello de la camisa, gotas de una baba que sospecho pastosa, blanca, lánguida, tenebrosa; una ventisca que me mueve el cabello y que me eriza la piel. El miedo mismo. La nada y el miedo. Barro, pisadas alrededor de la mesa, ruidos lejanos pero tan cerca, la humedad, algo como una tos o un carraspeo que es todo furia; un olor insoportable de nauseabundo, olor animal, olor a sangre, a muerte, a hombre sucio de guerra, animal hombre guerra muerte y ya no sé contener la náusea; pienso en Sartre, las lecturas en una casa de veraneo -qué cosa horrorosa, igual que los balances de fin de año que comprenden inexorablemente un tiempo inventado entre enero y diciembre- con una copa en la mano y una luz tenue que ya no puedo recordar de dónde provenía, la mano de Madeleine sobre mi mano, sus ojos requisando mi estar en otro lugar siempre, aunque estuviera con ella, aunque la estuviese queriendo, siempre yo en otro lugar y los ojos de Madeleine que me buscaban como si. Ahora noto -y no sin asombro, aunque usted no me lo crea- que si levanto apenas la cabeza y alzo también apenas la vista descuidando por un momento el cuaderno y la pluma puedo ver las puntas de los cuernos del monstruo -si no son las puntas pues serán las partes medias de los cuernos que, usted sabe, se enrollan dando al menos una vuelta-. Son oscuros los cuernos, gruesos, astillados -claro-, huelen tan feo como la totalidad del centauro y me dan alguna idea del tamaño real del mítico animal cuya presencia aquí mismo, en esta fecha que es un hito occidental me va preocupando sobremanera -sobre todo porque soy incapaz de hallar explicaciones, de encontrar causas, de divisar un porqué. A modo de conclusión: soy un incapaz. Ni siquiera sé querer a Madeleine como ella quiere ser querida, como me piden sus manos, sus ojos, su boca, un cuerpo que me enloquece, está claro, pero yo tan, ni siquiera puedo terminar de leer el texto que me propuse finalizar esta tarde, con este calor indeseable y la demasiada luz para la penumbra que pretendía crear mientras aquí la gente duerme como si nada, ajena al acecho del monstruo que parece interesarse sólo en mí, primera vez-. Los cuernos que parecen tener vida propia y hasta hacen ruidos, los ruidos crecen y las paredes se resquebrajan y los pisos se rajan; ahora el centauro está como saltando, el hedor es insoportable pero familiar; una suerte de alarido y pedazos de cielorraso que van cayendo impunes. El suelo de baldosas antiquísimas se abre y veo como una lava y es inevitable que yo me deje caer, voy cayendo, el tiempo se hace más lento, los ruidos crecen pero me da la sensación de que sólo yo los oigo; el terror no me permite gritar y estoy empapado de sudor y de baba de centauro y caigo en la lava roja y fuego; no encuentro más remedio que empezar a beber esta lava que no quema, curioso, casi como la presencia del monstruo, que es el centauro pero que soy yo y no tengo otra que tragar litros y litros de lava puesto que, en el mareo, es la única forma de salir que se me ocurre para poder buscar algunas palabras en el diccionario. Omar Prego que le pregunta a Julio Cortázar por la poesía y el propio Julio Cortázar se despacha a gusto -si se ve que se siente muy cómodo- y ni el uno ni el otro han de enterarse de qué es esto que me está pasando a mí, justo a mí y justo ahora que empieza a tomar forma en mi cabeza un texto larguísimo que me he obligado a escribir -no podría hacerse de otro modo- y entro en una vorágine de lectorescritor que me da asco y me hace pensar cosas horribles de mí mismo y entonces sobrevienen las quejas y los cuestionamientos y por qué tengo que morirme así, tan trivial mi muerte, atado a una conversación entre Prego y Cortázar y a un texto que me urge escribir por razones que no sé explicarme, en todo caso las omito como omito las descripciones pero porque no hay mucho para describir y caigo en cuenta de que soy tan inútil como el hecho sobrenatural de ponerse a escribir una tesis de doctorado que quizás nadie jamás leerá. Pienso como un nene, siento esperanzas, me vuelvo creyente a último momento y maldigo el tiempo perdido pero no el de Proust solamente, maldigo todo el tiempo perdido que he gastado persiguiendo en la literatura un no sé qué, un paraíso que me malvendió Milton, un algo como satisfacción, una cosa que no existe, y el centauro me ve a los ojos y yo lo veo a los ojos también y por primera vez somos lo mismo, él y yo, monstruos en la lava que no quema pero que es igualmente lava y casi que me abandono a mi suerte y a mi momento injusto de morir y en ese cruce de miradas tan dispares veo que el monstruocentauro no es otro que Quirón, el mismo a quien diera voz Darío en el Coloquio…, y me pregunto por qué he de tenerle miedo si a fin de cuentas la lava y Azul… sí pero me llevo el libro.
                Y entonces el centauro es Madeleine. Está claro que ella es el monstruo pero debido a que antes el monstruo he sido yo, lo perverso hecho carne y una pluma para desquitarme, para desahogarme, para enroscarme en mi pellejo y envenenarme de veneno y soy proyectil de semen; sólo resta saber cuál de los dos monstruos acezantes es más fiero, más negro de noche núbil, más mugre, más harto y sangre; yo soy el creador de Madeleine, del centauro Madeleine, de esa furia que ahora me persigue y bien merecido lo tengo, yo, lacayo de lo abominable, gota que cae porque sobra de lo aborrecible, desprecio humano, marabunta en cascada ripiosa, géiser de fluidos violentos, yo violento, palabra asesina y busco el fin que merezco, lo único que he ganado, el merecimiento, una lengua astillada y áspera como de gato gigante me afeita la barba de días y aquí me estoy temblando, el horror de la clarividencia, centauro Madeleine que me doblega y elige qué mostrarme ahora mismo de mi propia memoria, selectiva desnudez de mi indolencia pero cómo es posible si la quise tanto, si la quiero, mi vida Madeleine, mi compañera Madeleine, mi esposa mi madre, sus ojos mis ojos, sus manos mis manos pero mis manos… pero mis manos… Manos de monstruo, se me transforman, van siendo peludas, terribles, garras cazadoras, predadoras, malditas, malditas manos que despedazan, habré de cortarlas, tenazas de carne y hueso pero ahora también pelos y uñas, garras, dije, garras, lo furibundo y el asco, debería ahorcarme yo mismo, a mí mismo, con estas manos, quitarme todo rastro de una vida de cuentas pendientes, de soledades acompañadas, de un fulgor espeluznante y marchito. Monstruo yo que te he hecho a vos, Madeleine, a vos y al centauro que está a punto de devorarme, su baba caliente y ácida y el volcán que tose y la lava hirviente y ya no hay remedio, para nadie remedio, ya no hay cura, más que mi muerte, una pluma enmohecida, palabras en el diccionario, dejame quitarme los anteojos, el calor ya en los pies que van desintegrándose y unas garras, manos garras, el deseo extinto, las burbujas, una luciérnaga indómita, una esperanza de que andes bien, piba…

Nieto
Mayo 2017